miércoles, 13 de julio de 2011

Rogelio Fernández Güell:



Introducción


El personaje central de esta biografía despierta varias emociones a la vez: admiración, asombro, tristeza e injusticia. Lamentablemente, las generaciones que parten desde la década de los 60, no saben siquiera quién era este hombre que fue un ejemplo para el ser costarricense. Su nombre, Rogelio Fernández Güell, es difícil descubrirlo entre los rótulos de la Avenida Central de San José, los tendidos eléctricos y el barullo de la gente que va y viene. Apenas una pequeña placa dice que esa vía capitalina se llama así, en honor a este honorable ciudadano.
            El título de esta obra de Oconitrillo, “retrata” (o describe) a la perfección a don Rogelio, porque fue prolífero escritor, poeta profundo y sensible y caballero andante porque admiró al Quijote, “cabalgó” por la vida como aquel y vivió extraordinarias experiencias como el manchego hidalgo.
            Pero, ante cualquier otra premisa, Rogelio Fernández Güell fue un brillante cronista y sin igual político. Vivió la política, la admiró, la sufrió, se retroalimentó de ella y murió por ella; sin embargo, su nombre y su actitud ante la vida la podemos resumir en que “fue un amante de la libertad y la democracia”, a tal extremo que ofrendó su vida luchando contra la férrea dictadura de los Tinoco.
            Al lado suyo (o al frente suyo), el autor, Eduardo Oconitrillo, nos habla de personajes como Marcelino García Flamenco, Ricardo Jiménez Oreamuno, Alfredo González Flores, Máximo Fernández, Rafael Iglesias Castro y muchos más, quienes forjaron a la Costa Rica intermedia entre los siglos XIX y XX. Aquellos que no tienen noción de aquel país, este libro se los aclara, se los presenta y les enseña sobre quienes labraron nuestro presente.
            Sólo queda decir que la prosa de Oconitrillo es seductora y cautivante, tal y como lo merecía el biografiado, Fernández Güell.


Desarrollo
          

  Eran los albores del Siglo XX, corrían apenas las primeras décadas, exactamente el año 1918, y la dictadura de Federico Tinoco Granados aparecía en San José de manera inamovible, férrea, despiadada e irrespetuosa de los Derechos Humanos.
            En Buenos Aires de Puntarenas, en el confín de Costa Rica, muy cerca de Panamá, a más de 200 kilómetros de la Capital, un maestro comienza las lecciones de ese día viernes 15 de marzo. Los niños son campesinos e indios chiricanos, descalzos, , quienes caminan  entre polvo y piedras para llegar a la escuelita. El educador es nada menos que Marcelino García Flamenco, un hombre que había decidido internarse en aquel caserío de apenas once viviendas y 60 ranchos de paja, quizás para no saber nada de lo que ocurría con la política del país. No obstante, el acontecimiento que iba a suceder cambiaría su decisión y lo convertiría en un revolucionario a favor de la libertad.
            Volviendo al relato, el maestro y los niños escuchan un tiroteo y suspenden la clase; los pequeños se refugian en la Casa Cural y un vecino le narra lo que ha sucedido. Fue a ver y halló los cadáveres de Rogelio Fernández Güell, sus acompañantes Carlos Sancho, Jeremías Garbanzo y Ricardo Rivera. “Estaban atrozmente heridos a bala y los dos primeros tenían de tal manera destrozado el cráneo…” Detalló el educador en los apuntes que le permitieron hacer los asesinos, porque “de estos sucesos es bueno que s entere el público detalladamente”, le dijo uno de los criminales.
            Uno de los ajusticiadores, un policía, pidió una cumbia para celebrar el triunfo sobre los ejecutados y Marcelino García Flamenco le recordó que él era un maestro de escuela y un hombre civilizado y no podía tolerar a aquella banda de canallas desenfrenados. Al día siguiente, enseñó a sus discípulos el horror que implica el asesinato; criticó a la obediencia ciega que mueve a algunos hombres, que se convierten en deshonra al asesinar y les leyó un artículo contra la pena de muerte escrito por Rogelio Fernández Güell y que guardaba con cariño en un libro de recortes. Luego, fue con los alumnos al cementerio y les llevó flores a los muertos y colocó dos cruces a las tumbas. Al cabo de una semana, Marcelino García Flamenco, el insigne educador, cerró la escuelita y se marchó a Panamá. Había decidido combatir al gobierno asesino de los Tinoco.
            Aquella gavilla de rufianes asesinos había segado la vida de un hombre pulcro, de los más grandes que ha dado Costa Rica, cuando apenas tenía 34 años. Sin embargo, su producción literaria y política ya había sido voluminosa, debido a su precoz trajinar por la vida nacional.
            Como vemos, el autor inicia la biografía de Rogelio Fernández desde el final, desde su crimen a manos de los “tinoquistas”, esbirros obedientes del dictador. Posteriormente, describe con lujo de minucias los rasgos de nuestro personaje, a quien le endilga adjetivos como “espíritu inquieto y aventurero con ribetes de filósofo místico, hombre que alternaba la acción con la meditación. Rogelio Fernández Güell –continúa Oconitrillo-, fue a través de su azarosa vida un noble rebelde. Periodista, político, polemista ardiente, tribuno, orador de altos vuelos, diplomático, perpetuo meditador, puritano e idealista y, ante todo, un impertérrito amante de la libertad con alma de artista.” Así era Fernández Güell.
            El biógrafo afirma categórico, con un dolor que parece saltar de sus letras, que el homicidio privó de la literatura costarricense de un fino escritor, uno de los mejores prosistas de su generación, de un inspirado poeta y de un talento extraordinario. Eso sí, acentúa que Fernández Güell es un héroe; pero un héroe olvidado, quien desafió sin miedo a la tiranía de Federico Tinoco. “Olvidado” es el término idóneo para definir a este personaje, porque, muy pocos en este país saben quién fue y cuál fue su actitud ante la Costa Rica de inicios del Siglo XX. Esta es una de las grandes incongruencias e injusticias de los historiadores, biógrafos y educadores a través del tiempo, quienes no se han preocupado por explicar sobre esta brillante existencia de un costarricense sin igual.
            En los primeros capítulos, la redacción de Eduardo Oconitrillo se pierde en “una maraña” de fechas y nombres, que no es otra cosa que el árbol genealógico de Fernández Güell; aunque, sintetizando su procedencia viene de raíces españolas y cubanas. Cuando él nació, su padre era el gobernador de San José y su tío el Presidente de la República, se trataba de Próspero Fernández Guardia.
            La escuela primaria fue en la Anexa al Liceo de Costa Rica; la secundaria en el mismo Liceo; pero su carácter retraído, lo hizo abandonar la secundaria. Amante de la literatura, Rogelio Fernández encuentra abrigo en la biblioteca de su padre, donde lee los Clásicos y a los más famosos autores franceses, como Víctor Hugo, Alfonso de Lamartine y Chateaubriand. Sin embargo, el libro que mayormente marcaría su vida fue El Quijote de La Mancha, que conocía de memoria y recitaba cada vez que tenía oportunidad, pasajes y aforismos de él; incluso, en sus célebres artículos periodísticos que escribió posteriormente, aparecen trazos del pensamiento de Cervantes Saavedra.
            Por la vena política de su padre, tenía que presentar rasgos políticos también; y por su destreza innata para escribir, tenía que ser escritor y periodista; por eso, muy joven, comenzó su actividad de prensa con artículos y columnas de corte político invariablemente.
            Corría 1901, despuntaba apenas el siglo, cuando Rafael Iglesias era Presidente de los costarricenses. Representaba a la oligarquía cafetalera y sufría una gran pérdida de popularidad; la caída de los precios del café, más el aumento de la deuda pública y la construcción del Ferrocarril al Pacífico, eran los causantes de una fuerte crisis económica. Todos querían el retiro del mandatario.
            Por aquel entonces, apareció uno de los primeros artículos de Fernández Güell, firmado con el seudónimo “Sansón Carrasco”, célebre personaje de la obra cervantina. El comentario de prensa se llamó “Los Quijotes de mi Tierra” y apareció en el periódico El Tiempo. Ridiculizaba a varios políticos que estaban en la palestra nacional y el resultado de “aquella irreverencia” fue la demanda penal que sufrieron el joven periodista y el director del rotativo. Fernández y su jefe fueron arrestados durante 20 días por orden del juez y sirvió como atenuante  que el redactor tenía sólo 17 años de edad.
            En lugar de amedrentarse, Rogelio Fernández Güell volvió a la prensa para demostrar su repulsión contra las dictaduras y escribió en el diario El Día, una serie de artículos con el título de “Elecciones”, donde defendía el voto, la libertad de elegir y llamaba al pueblo a participar en las elecciones nacionales, que no fuera apático. Así se lo hizo ver: “Si un gobernante no escucha la voz del pueblo, es porque éste no habla en voz alta.” Escribió el adolescente, quien los firmó desde la cárcel de San José. ¡Y salió de prisión hecho un hombre! “Como se verá luego, la cárcel no logró silenciarlo, sino exaltar su elocuencia y su protesta por el estado de las cosas.” Describió Eduardo Oconitrillo, autor de esta biografía.
            Con el paso de los meses, Fernández Güell aparece escribiendo para otro periódico conocido como El Derecho; sus editoriales y comentarios de fondo están cargados de críticas políticas contra el sistema existente. Nuestro personaje firma sus trabajos como el seudónimo Pascual; su manera de ser lo ubicaba entre los grandes polemistas de su época, principalmente cuando se enfrenta en agria discusión dialéctica con su antiguo maestro, el cubano Antonio Zambrano. Este se había burlado de los neo-republicanos, porque no tenían un candidato presentable a la Presidencia de la República. La respuesta de Fernández Güell fue la siguiente: “Hoy nos insulta porque seguimos sus antiguas y sabias enseñanzas; nos llama soñadores, cuando él nos enseñó a soñar con paraísos republicanos y con las blancas estatuas de la libertad; nos dice idealistas, porque consecuentes con sus doctrinas rechazamos la indignidad política. ¡Pobre maestro! ¿Qué culpa tenemos nosotros de que usted nos enseñara a despreciar a los que llamaban poetas y locos a los que soñaban con la República verdadera, a los que se sacrificaban en aras de sus principios? Usted nos enseñó a pensar en la libertad; nos inculcó doctrinas sanas; puso en nuestro cerebro las ideas más nobles y levantadas; escuchando sus elocuentes palabras hemos adquirido la luz. ¿Por qué nos combate usted con las mismas armas que usted nos enseñó a despreciar? ¿Tenemos la culpa de ver con profundo dolor su decrepitud espiritual?” Esa era la prosa de Fernández Güell y la esencia de su pensamiento. Podía pasar de lo agradable, como notamos en las líneas de arriba, a lo hiriente, con una facilidad pasmosa. Es cuando le dice al mismo Doctor Zambrana: “¡Ah querido maestro! ¿Por qué se sulfura usted, porque nosotros nos oponemos a que usted manche nuestra bandera, que dicho sea de paso, no es la suya? ¿Es que no tiene argumentos con los cuales combatir y apela para ello al insulto, que muestra tan a las claras la debilidad del que lo profiere?…” En esta cita textual le llama falto de ideas, anacrónico, débil  de principios, sin argumentos y para rematar… extranjero metido en asuntos que no le competen de otro país. La pluma de Rogelio Fernández, a veces, oscilaba entre lo noble y lo mordaz y el maestro Zambrana probó de ambas emociones.
            Otros rasgos del escritor son su idealismo y su republicanismo. A sus 19 años arremete contra el grupo poderoso de oligarcas, empresarios y políticos, al publicar un artículo en el que defiende al régimen republicano: “La inteligencia humana concibió un día una forma de gobierno que, matando al despotismo, hiciera a los pueblos soberanos del Estado bajo el cielo limpio y resplandeciente de las leyes. Desde entonces, los hombres de honor y de carácter han venido luchando incesantemente para arrancar una a una partículas de libertad a los tiranos.” Enunció Fernández.
            En otro párrafo de su artículo agrega: “Bajo el arco luminoso de las leyes, pasan los pueblos sensatos y libres, en el carro del progreso en busca de la felicidad. Esa es la República, ese es el gobierno poderoso e invisible que rige a los ciudadanos, base del bien público, de la dicha de las naciones.” Hasta aquí, demuestra su total simpatía por la democracia, una razón fuerte que le acompañará toda su existencia y, precisamente por este pensamiento dará su propia vida. Murió por lo que él creía con firmeza.
            Añade a lo anterior: “El conjunto de leyes que forma la República, no se puede destrozar sin caer en la tiranía. Un artículo no se puede arrancar de la Constitución sin que pierda ésta su carácter; como no se puede quitar un brillante de un collar sin que desaparezca el mérito de la obra. Cada ley es un brillante magnífico de esa corona sublime que se llama Constitución y que luce en la cabeza de la libertad.” Exactamente por eso, Fernández Güell se levantó contra Pelico Tinoco, el dictador que pisoteó a la Carta Magna del país.
            Hacia marzo de 1902, Rogelio Fernández aún no tenía los 19 años; pero ya había publicado, además de numerosos artículos de prensa, algunos poemas donde muestra una prematura madurez, tales como “EL Dolor Supremo” y una necrología ante la muerte del escritor Manuel Argüello Mora.
            La fama que había adquirido hasta entonces su pluma perspicaz y valiente, le depara un hecho desagradable cuando es agredido en el Parque Central de San José por varios militares, en abril de 1902. Supuestamente, Rogelio Fernández había escrito ofensas al ejército costarricense. Paga “su osadía” con varias heridas de sable en el brazo y mano derecha. Aprenderá a escribir con la izquierda y las intenciones de los soldados de atrofiarle para siempre su destreza para escribir, no surte el efecto deseado.
            El 15 de octubre de 1902 llega a la Presidencia de la República, don Ascensión Esquivel; y Rogelio Fernández se enfrasca en una mordaz disputa con el entonces diputado, don Ricardo Jiménez Oreamuno, sobre el tema de la libertad de prensa y muestra su desacuerdo por el arribo al poder de Esquivel. Decepcionado, Fernández deja de ser periodista, para dedicarse a sus estudios; es decir, “Pascual”, como era su seudónimo, se retira de las páginas del diario El Derecho; sin embargo, continúa como colaborador del mismo, desde la ciudad de Atenas, en Alajuela. De pronto, tras una serie de artículos suyos criticando a la “salvaje costumbre” de batirse en duelo, es desafiado a un duelo por el licenciado Luis Castro Ureña. Aceptó a regañadientes, sabiendo que él no había injuriado a nadie y que todo era una absurda “ocurrencia” del retador. Se presentan en La Sabana, al oeste del San José, un día de 1902, con revólver en mano…, pero ambos disparos fallan y se perdonan las vidas recíprocamente. Luego serían extraordinarios amigos, en lo que popularmente conocemos como “las vueltas que da la vida.”
            Por aquellos tiempos, el periódico El Centinela publica su oda “A Costa Rica”, “El Reinado de la Fuerza” (un artículo combativo) y “¡Tierra!” (una prosa poética). También, por aquella época, se define admirador de Cristo, Cristóbal Colón, don Quijote de La Mancha y Francisco Madero. Pero el 16 de enero de 1904, Rogelio Fernández Güell muestra otra de las facetas más recalcitrantes de su personalidad: es un hombre cosmopolita, no se siente cómodo dentro de las fronteras costarricenses y desea conocer otros países, otras realidades. A estas alturas de su existencia, su familia había sido perseguida por culpa de la política y sus dos hermanos son expulsados de la Capital y confinados uno a Nicoya y el otro a Golfo Dulce. Es por eso también, que Costa Rica se había hecho muy estrecha para Rogelio y decide marcharse a España.
            Un último artículo suyo aparecido en El Centinela, lo intitula “Adiós” y dice entre líneas: “Nunca como ahora, el sentimiento patrio ha despertado en mí con mayor fuerza. Y es que, a medida que se acerca la hora de partir, los afectos me encadenan a la tierra, a la familia, a los amigos, al sepulcro de mis mayores y al teatro de mis luchas. Muy duro es desprenderme de lazos tan estrechos.
            “Al escribir, siempre he tenido ante los ojos la imagen de la Patria. Ella ha inspirado mis frases; ella ha guiado mis pasos y ella, en ocasiones, ha detenido el vuelo de mi pluma.” No hay duda, estamos tratando de un consumado patriota… hoy olvidado del todo, desgraciadamente.
            Viaja por casi toda España, la conoce de norte a sur y de Este a oeste; asiste al teatro, que era una de sus aficiones preferidas; y tiene el inmenso placer de conocer a Benito Pérez Galdós, uno de los titanes de las letras españolas, el autor de “Marianela”. Y un detalle digno de ser tomado en cuenta, se fundamenta en que su más copiosa producción literaria se da durante su estadía en Madrid. Fernández Güell escribe
 Sus versos de juventud, influenciados por las características modernistas. Recordemos poemas como: “María Magdalena”, “La Musa Americana”, “Desde mi Butaca”, “El Idilio”, “Un Delirio de Espronceda”, “Los Albores de la Verdad” y “Luz y Unión” (estos dos últimos con mensaje espiritista). Además, conoce y comparte mesas de café con grandes literatos hispanoamericanos. Su alma alcanza otras latitudes que nunca hubiera creído alcanzar en Costa Rica, donde la mezquindad de los políticos y la oligarquía, no le permitían ensanchar como sucedía en España.
            Este país europeo también fue determinante en su vida personal, porque le permitió conocer, en Barcelona, a la que sería su esposa, con quien se casa el 15 de septiembre de 1906. La familia de la joven no estaba de acuerdo con esa boda y, ante tan férrea oposición, los recién casados se marchan a vivir a México ese mismo año. Utilizando las infaltables influencias y gracias a su gran capacidad, Rogelio Fernández trabaja en el Observatorio Astronómico mexicano y tiempo después es nombrado Cónsul de esa nación en Baltimore, Maryland, Estados Unidos. Su tendencia espiritista cobra mayor brío y envía colaboraciones escritas a la revista El Siglo Espírita. Lo primero que publica es el poema “La Vida Eterna”; y luego, “A Felipe Senillosa”, un amigo suyo recién fallecido. En 1907 publica otra composición filosófica titulada “Gritos de Angustia” y queda indeleblemente marcada su condición de hombre que cree en la inmortalidad del alma y en la existencia del Ser Supremo que rige al Universo.
            Otro acontecimiento le marcará de manera profunda, cuando en ese mismo año, y siendo Cónsul en Baltimore, nace su primer hijo, a quien pondrá como nombre, Juan Rogelio. Nuestro personaje sigue introduciéndose cada vez más en el espiritismo y la masonería. Es cuando escribe su gran obra “Psiquis sin Velo”. El gobierno mexicano le exige nacionalizarse; pero Fernández Güell no acepta y prefiere seguir siendo costarricense.
            La Revolución Mexicana le toma por sorpresa y no le queda más camino que observarla y vivirla muy de cerca; a tal extremo que escribe una crónica sobre este pasaje histórico. Siente verdadera admiración por el líder Francisco Madero, quien, a la postre, sería Presidente de ese país. Rogelio Fernández, movido por ese afecto sincero, publica su ensayo “El Moderno Juárez. Estudio sobre la Personalidad de don Francisco I. Madero”, que primero fue publicado en entregas en el periódico bisemanal, El Amigo del Pueblo.
            Obediente siempre a su carácter inquieto, Rogelio Fernández Güell dicta en la Capital mexicana, varias conferencias sobre materialismo, espiritismo y teosofía; funda el periódico La Época y la revista filosófica Helios, de la cual es director en 1912. Además, publica por entregas en la misma revista, su novela espiritista “Lux et Umbra”. Otras obras suyas que vieron la luz en aquel tiempo fueron: el poema “A Dios”; el ensayo “El Espiritismo y la Magia en las Obras de William Shakespeare”, de quien se formó un concepto totalmente distinto a los biógrafos del dramaturgo inglés. “Shakespeare –dijo Fernández en una oportunidad-, llevó a cabo experimentos de psicagogia. Es absolutamente imposible que Shakespeare hubiera escrito el Hamlet, sin conocer las doctrinas de los pitagóricos y los neoplatónicos y sin haber llevado a cabo, personalmente, experiencias de medidísimo.”
            En aquellos momentos históricos para México, el Presidente Madero nombra a Rogelio Fernández Güell, Jefe del Departamento de Publicaciones del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología de la Capital mexicana; posteriormente fue Director de la Biblioteca Nacional de México, todo esto gracias a su enorme bagaje cultural que le fue reconocido por Madero y por la mayoría de quienes trataron con él. Fue el primero y el último extranjero que dirigió a la Biblioteca mencionada y eso lo dice todo sobre la grandeza de Fernández.
            Los acontecimientos dan un giro inesperado cuando Madero es mandado a asesinar por su Ministro de Guerra, Victoriano Huerta. Es cuando Rogelio Fernández y su familia huyen vía marítima hacia Costa Rica. De ese año, se quedan perdidos en México los poemas “María”, “Apocalipsis” y “Los Andes y otros Poemas”.
            Un detalle que no debe escaparse de este personaje, es su total animadversión a la pena de muerte que se practicaba en Costa Rica, especialmente fomentada por los militares que componían al ejército de esta nación y a los que Rogelio Fernández les era tan antipático como su oposición “a matar como castigo”. De su libro espiritista “Psiquis sin Velo”, extractamos su pensamiento en relación con este caso: “La Pena de Muerte es también un signo de atraso en una sociedad. Se dice: es necesaria, es ejemplar. Debe aplicarse: nó; es cómoda, porque es más fácil destruir que edificar.
            “Se dice: es que los criminales natos son incapaces de regeneración. Debe replicarse: no hay nada que no sea susceptible de progreso. Nosotros mismos quizás pasamos por esos trigos. La educación corrige muchos defectos. Una gota de luz, cayendo sin cesar sobre el corazón de un malvado, concluye por ablandarle, aunque tenga la dureza de una roca.”
            El 10 de abril de 1915 aparece en las librerías de San José, el nuevo libro suyo sobre la Revolución Mexicana; sin embargo, no tuvo eco en México, donde se le ignoró quizás por no haber sido escrito por un mexicano. Son 288 páginas, comienza con el anuncio del General Porfirio Díaz de que se postulará a la reelección presidencial, y concluye con el asesinato de su amigo Madero. Le agregó un epílogo que narra el levantamiento armado de Venustiano Carranza, de Pancho Villa y de Zapata, contra el asesino Victoriano Huerta.

            Después de más de nueve años de exilio auto impuesto, exilio voluntario, Rogelio Fernández arriba a San José, donde es recibido por parientes y amigos, entre quienes están Máximo Fernández, Pelico Tinoco (a quien se le debe observar de cerca, por los sucesos posteriores), Isaac Zúñiga Montúfar y otros. Es recibido en su casa por su madre en una escena realmente conmovedora. El Presidente de la República es Ricardo Jiménez, que derrotó a Rafael Iglesias con una mayoría aplastante.
            El 26 de mayo de 1913, a un mes escaso de haber regresado a su patria, Fernández Güell dicta en el Teatro Variedades una conferencia sobre Psicología Trascendental. Quienes lo conocieron en Costa Rica como escritor, poeta y político, tuvieron en esa ocasión de conocerlo en su semblanza mística o espiritual. En los días siguientes, no puede seguir ajeno a lo que pasa en la política y publica artículos combativos en el diario El Republicano, bajo las firmas de “Ursus”, “Juvenal” “Perseo” y  “Viriato”. Ataca al candidato de la clase alta, del Partido Unión Nacional, el Dr. Carlos Durán, en los artículos titulados “Durán Médico y Durán Político”. A su viejo enemigo Rafael Iglesias Castro le dedica todo un ensayo político, al que llama “El Déspota de Ayer y el Candidato de Hoy”. Redacta otro ensayo biográfico sobre el candidato republicano, titulado “Máximo Fernández ante la Historia y ante sus Contemporáneos”.
            Siempre en el periódico El Republicano, Fernández sigue escribiendo artículos combativos como las grandes manifestaciones del Partido Republicano. Continúa redactando bajo seudónimos y sin aceptar ningún tipo de remuneración.
            La biografía, la crónica exacta, fiel y detallada de su vida, sale de la pluma de Eduardo Oconitrillo, quien lo describe de esta forma: “Rogelio Fernández Güell es un intelectual. Pertenece a una de las grandes familias del país, pero está en contra de la clase alta, contra la oligarquía, contra los intelectuales, contra los dioses del Olimpo. Su personalidad, su talento, su futuro político, pudieron haberse acomodado mejor entre las filas de las grandes personalidades de su época, como don Ricardo, don Cleto, el Dr. Durán y otros liberales; pero más bien las adversa. Los combatió cuando salía de la adolescencia y los sigue combatiendo ahora que es hombre.”
            Atisbando entre las líneas que escribieron su biografía, nos resulta impresionante la inmensa cantidad de obras literarias creadas por este personaje olvidado de la historia costarricense. Han desfilado ante nuestros ojos una gran variedad de poemas, ensayos, crónicas, editoriales de prensa y novelas que el tiempo se encargó de guardar y, en otros casos, de perder.
            Su amigo Alfredo González Flores sube al poder y le ofrece a Rogelio Fernández el Consulado de Costa Rica en Barcelona, España, ofrecimiento que rechaza, porque está más interesado en trabajar por su Patria. En 1914 presenta terminado otro ensayo suyo que lleva por título “La Clave del Génesis”, cuyo tema es sobre filosofía arcana. Ese mismo año dicta una conferencia en el Centro Catalán de San José, llamada “Verdaguer y su Obra”, que fue recogida en un folleto y con el tiempo será uno de sus mejores ensayos.
            Por fin, el Presidente González Flores encuentra un puesto idóneo para Rogelio Fernández y es en la dirección de un nuevo periódico al que llamarán El Imparcial. El objetivo de esta publicación es contrarrestar a otros dos rotativos, La Información y La Prensa Libre, que se oponen a las políticas del gobierno. El Imparcial salió a la luz pública el 1 de septiembre de 1915. El trabajo de Fernández duraría apenas un año por dificultades que sostuvo con el propio mandatario y volvió a España. En Madrid publicó su último libro, “Plus Ultra” o “La Raza Hispana antele Conflicto Europeo”. Nace en Cataluña, propiamente en Barcelona, su tercer hijo, Luis.
            El Europa, Fernández Güell ve de cerca la Primera Guerra Mundial y, de acuerdo con su carácter, “nada contra corriente” porque, mientras las mayorías simpatizaban con los Aliados (Francia, Inglaterra y los Estados Unidos), él se declara seguidor de las políticas del Káiser Guillermo II, en Alemania. En su obra “Plus Ultra”, se queja amargamente de que España y América Latina han sufrido por culpa de las potencias aliadas a lo largo de la historia. El prólogo del libro fue escrito nada menos que por don Jacinto Benavente, quien se sintió halagado por las tesis expuestas por el autor. En Costa Rica, mientras tanto, había sido derrocado el gobierno constitucional  por Federico Tinoco Granados, quien fuera su amigo, y se mantiene en el poder de manera ilegítima o  de facto.
            Rogelio Fernández regresa al país el 28 de marzo de 1917 y Tinoco lo nombra entre los constituyentes que redactarán una nueva Carta Magna. Analizando la situación, cree que el nuevo gobierno será beneficioso para los costarricenses, precisamente por el gran apoyo que le dan al dictador militar. Hay que tomar en cuenta también que la esposa de Tinoco, María Fernández, es pariente cercana de nuestro personaje. La pena de muerte, de repente, entra en discusión durante la elaboración de la Constitución Política; tocan una fibra demasiado sensible en don Rogelio. Dichosamente su postura en cuanto al tema, es la que gana y Costa Rica se quedará sin ajusticiar a los presos. No obstante, el voto directo para elegir a los gobernantes fue rechazado, lo cual lo indigna y decide retirarse de la Asamblea. Hace ver su disconformidad desde el diario El Imparcial, de este modo: “El eje, el alma de las instituciones republicanas, es indudablemente el sufragio. El edificio de las modernas democracias descansa en esta función; es su piedra angular. Quitad el sufragio y se desplomará la República; restringidlo en determinado sentido, y crearéis la aristocracia que degenerará en oligarquía; reglamentadlo, purificadlo, haced que sea la expresión genuina de la voluntad popular, de la conciencia pública, y habréis no sólo salvado, sino ennoblecido a la Nación.”
            El régimen de Tinoco cerraba cada vez más el cerco alrededor del pueblo: declaró una ley de policía que anuló el derecho de reunión, la libertad del pensamiento y demás garantías expresadas en la Carta Magna. La dictadura se consolidaba con el paso de los días. Para colmo de males, el gobierno cerró el periódico El Imparcial, el único tabloide que criticó con firmeza al dictador Pelico Tinoco. El último número salió a la calle el 25 de julio de 1917. El 10 de noviembre del mismo año,  el Inspector de Hacienda, Coronel Samuel Santos, emitió una lista de trece enemigos del régimen y entre ellos estaba Rogelio Fernández.
            A partir de ese momento, comienza la parte más dura de la existencia de Fernández Güell. Toda su vida es un claro ejemplo del error que supone enfrentarse a los poderosos; primero, fue enemigo de Ricardo Jiménez; posteriormente de Alfredo González Flores; y por último, del peor de todos… Pelico Tinoco Granados, quien traicionó su amistad, asesinó sus más altos ideales, cerró su periódico y lo persiguió por toda Costa Rica hasta acabar con él. En otras palabras, Rogelio pasó de la letra muerta a la acción viva, porque eligió el camino de la subversión, de la guerrilla, en la que tuvo poquísimo apoyo.
            Aún con la policía pisándole los talones, escribió algunas obras más, como el poema “La Leyenda del Cíclope” y el romance “Lola”. Su último trabajo lo llamó “Testamento Literario”, donde se queja de le hubiese gustado reunir toda su producción escrita, desparramada en periódicos y revistas de Costa Rica, España y México. No lo pudo hacer. Nadie ha podido hacerlo hasta el momento. Su autodefinición la dice de esta forma: “En resumen: he escrito mucho; he proyectado más; y sólo lamento desaparecer antes de haber hecho algo que valiera la pena…”
            Su final está cerca. Huye entre las casas de sus amigos, lo ayudan, lo socorren. La policía no desmaya en su búsqueda. Los sacerdotes españoles de Curridabat, que detestan a Tinoco, le dan posada, le prestan alguna sotana para que escape disfrazado. Don José Raventós, un comerciante español, le entrega armas a él y a otros revolucionarios. Fernández Güell comanda a una gavilla de dieciséis hombres sin experiencia de guerra, que están decididos a enfrentarse con el ejército que apoya a Tinoco. Asaltan el tren en la estación central de San José y parten hacia Puntarenas. A la altura de Río Grande, el gobierno fue informado por el agente del ferrocarril, por medio de un telégrafo que tenía oculto en su casa. Ha ido capturando más trenes en el trayecto y el convoy se componía de tres trenes, hasta que la máquina cuatro se descarrila por la velocidad que llevaba. Roberto Tinoco, hermano del dictador, los alcanza con una tropa y se enfrascan en un tiroteo. Rogelio Fernández, con un grupo de leales, huye e los soldados y se entera de que hay nuevos levantamientos populares en Turrialba, San ramón, Santa Ana, Escazú, Ochomogo y Quircot de Cartago.
            Los prófugos deciden ir a la zona sur, a Buenos Aires propiamente, sin saber que el Jefe Político del Cantón de Osa tiene órdenes de capturarlos cuando pasen por el lugar. De tal manera, son esperados sin que ellos lo sepan. Son 50 hombres bien armados, llegados de San José, los que esperan a Fernández y sus amigos, quienes han recorrido más de 500 kilómetros a pie y a caballo durante 20 días. El tiroteo da inicio. Joaquín Porras puso un pañuelo blanco en su rifle y aún así, recibe una descarga de los fusiles; Salvador Jiménez también cae y Rogelio Fernández Güell tiene una rodilla destrozada por una bala. Patrocinio Araya lo descubre tirado en el suelo y Rogelio le dice: “¡Si me matas, sos un cobarde!” El hombrecillo al servicio de los Tinoco le da un tiro en la garganta; después lo remata con cuatro balazos más. Una vez consumada la carnicería, los soldados despojan de sus pocos bienes a los occisos; a Fernández le quitan el reloj y quinientos colones. Esta fue la refriega que escucharon el maestro Marcelino García Flamenco y sus alumnos en la escuelita vecina. La impresión de tan horrendas muertes, es lo que conduce al educador a cerrar la escuela y marcharse a Panamá para unirse a los sediciosos alzados en armas contra Pelico Tinoco.


Conclusión
           


 Una vida llena de luz intelectual y espiritual, muy corta por cierto, fue la de Rogelio Fernández Güell. Se enfrentó a todos los que quisieron destrozar a la democracia costarricense, sin importarle que en una oportunidad fueran sus amigos, como en el caso de Federico Tinoco Granados.
  Pero los pueblos no tienen memoria, o, simplemente, rinden homenaje a quien no lo merece: hace unos tres años atrás, un diputado pidió que quitaran el retrato del ex dictador Tinoco de la sala de ex Presidentes de la República, ubicada en el Congreso, y para sorpresa de muchos, hubo dos ó tres parlamentarios que defendieron a este oscuro personaje, aludiendo que tenían lazos sanguíneos con él. Sin embargo, no existe pleitesía a la memoria de Rogelio Fernández, solamente la Avenida Central de la Capital lleva su nombre; aunque los pocos que lo han visto en una minúscula placa, no sepan de quién se trata. El autor de esta biografía, Eduardo Oconitrillo García, reclama al final de su libro: “Es hora de que rescatemos del olvido a Rogelio Fernández Güell y honremos su memoria. Uno de los constructores de la democracia patria y uno de los pocos mártires de nuestra causa republicana. ¡Un artista de la pluma y uno de los Quijotes de nuestra tierra!” Concluye.
            Cinco años después de que los Tinoco huyeron hacia París _Federico enfermo de sífilis, la enfermedad le había votado todo su cabello-, los restos de Rogelio Fernández y sus compañeros abatidos por las balas de la dictadura, son trasladados a San José por iniciativa de los maestros y obreros. Se les rindió homenaje póstumo en la Catedral Metropolitana, con la presencia del entonces Presidente de la República, don Julio Acosta. Fueron sepultados en un mausoleo del Cementerio Central y algún tiempo después se le agregaron los restos de otro héroe, Marcelino García Flamenco, el maestro que denunció el crimen de Buenos Aires de Osa.
            Finalmente, diremos que Costa Rica es un país injusto, que olvida y desama a sus héroes; y en el menor de los casos, hacen mofa de ellos. Ya lo escribió Abelardo Bonilla en su ensayo “Abel y Caín en el Ser Histórico de la Nación Costarricense”, donde argumenta que aquí no hay héroes y si los hubiera, el costarricense se encarga de despojarlos de toda su grandeza; pero sí hay defensores de los tiranos, como aquellos diputados que consumieron más de tres horas con sus discursos en el Plenario legislativo, para defender al régimen sanguinario de los hermanos Tinoco.

2 comentarios:

  1. Estoy estudiando la vida de Rogelio Fernández Güell. No me explico por qué esta maravilla de escritor y poeta se tiene olvidado. Más que ejemplo para la actualidad en su escritura, es su calidad de persona. Fueron solamente 35 años y dejó una magna estela para ser tenida en cuenta en su Costa Rica del alma.

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  2. Excelente documento, por lo bien documentado, pero también excelente por lo acertado de la crítica sobre el comportamiento del costarricense para con los que han construido la historia de este país y la hipocresía cuando manifiestan defenderlo. ( los políticos).

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